Qué pienso de la guerra de Siria actual, me pregunta Giselle hace unos días... pues pienso que habría que hacer un poco de historia primero. Y, sobre todo, salirse del patrón para el análisis que nos ofrecen los medios de comunicación y tergiversación masivos. No se me pida que adopte una postura a favor de un bando u otro de los que están enfrentados. Abomino de los dos. Pero lo que sospecho es que no está quedando muy claro quiénes son estos dos bandos enfrentados. Primero la historia para darnos luz.
A
principios del siglo XIV antes de Cristo, en Qadesh, muy cerca de lo que es hoy
día la actual Homs en Siria, se dio la que podría considerarse la primera gran
batalla entre “naciones” de la historia humana. No fue una batalla entre
ciudades-estado, tribus, facciones, pueblos o sectas religiosas. Fue una
batalla entre las hordas de Ramsés II, joven faraón egipcio ávido de propaganda
y reconocimiento en su propio imperio, y las de Hattusilli (tío del rey hitita
Mursilis III y rey él mismo posteriormente tras derrocar al sobrino). Se considera la primera gran guerra
de naciones porque en aquella batalla no había en juego los derechos directos
sobre la explotación de un territorio por parte de uno y otro bando confrontado,
sino los derechos de señorazgo-vasallaje que los descendientes cananeos
afincados en aquella región desde el 3000 a.C. debían prestar a una u otra de
las dos primeras superpotencias mundiales enfrentadas. Fue el detonante de la
batalla la decisión por parte de los habitantes de Qadesh de dejar de rendir
pleitesía a Egipto para ponerse bajo el amparo del derecho y la administración (del acero) hitita. En aquella batalla todos perdieron, para variar: el imperio hitita,
pese a resultar vencedor moral en las armas, se desmoronaría al cabo de tan
solo 30 años debido a sus conflictos internos sobre derecho de sucesión; Ramsés
II, pese a no lograr los objetivos de su campaña y verse derrotado (salvó el
pellejo de milagro), puso en marcha una de las primeras manipulaciones
mediáticas de la historia, dándoselas de ganador triunfal y divino a ojos de
sus súbditos a través de las crónicas que mandó grabar en palacios, templos y
tumbas de todo el imperio egipcio: fue la primera gran mentira consciente de la
historia de un rey a su pueblo. También en Qadesh se firmaría el primer tratado
de paz entre dos superpotencias mundiales: sería efectivo durante unos 16
años...
Ya a fines
del siglo III d.C. el territorio que hoy comprenden Siria, el Líbano, Israel,
Palestina y parte de Egipto e Irán, decidió independizarse del imperio romano y situó su capital en Palmira, muy cerca también de la actual Homs. La
vulnerabilidad de la región frente al gran segundo imperio Persa de oriente, el de los
sasánida, y la debilidad gubernamental del imperio romano del momento en
occidente que les dejaba desasistidos, empujó a la reina Zenobia a la
autonomía. El imperio de Palmira duró tan sólo unos doce años y Zenobia, tras
ser derrotada por el ejército romano y disuelto su imperio fue perdonada y pudo
acabar sus días con lujosa tranquilidad. Otra vez, sin embargo, la actual Siria
fue enclave estratégico en la confrontación de dos grandes potencias
mundiales, romanos y persas. Y otra vez la propaganda política más o menos
fraudulenta por parte de los acontecimientos que allí se dieron fue del todo
interesada por ambos bandos, persa y romano.
En el año
636, la batalla de Homs (otra vez Homs), supuso una victoria crucial para los
primeros islámicos frente al imperio de Bizancio hacia la conquista un año más tarde de todo el
territorio y de la que más tarde acabaría por ser capital del mundo árabe Omeya, Damasco.
El imperio
Mongol golpearía repetidamente Homs durante el siglo XIII en sus incursiones
por el control de parte de una zona tan satélite de su centro territorial. Aquellos mismos siglos en los que los salvajes cruzados de la Europa occidental
peregrinaban espada en mano a “tierra santa” y construyeron, cerca también de
Homs, al oeste, el Crac de los Caballeros, fortaleza única dotada de
frescos de arte cruzado insustituibles y testimonio del motor de interés
político que movió las supuestas guerras de religión. Por cierto, el Crac de
los Caballeros, fortaleza inexpugnable, ha sido destruido totalmente en esta
estúpida guerra de Siria que vivimos hoy día: se la han cargado entre un bando y el otro sin ningún miramiento.
Y ahora esto, la llamada con tanto cinismo primavera árabe. Una vez más, no
se trata para nada de la libertad, el bienestar o los derechos (¿humanos?) de
los habitantes de esa región. Tampoco se trata para nada de que esos habitantes
decidan o no su relación con el resto del mundo o su forma de gobierno; ni de su
libertad para definir los límites del poder que les rige. Para nada. Hoy día,
como parece que siempre en la historia, Siria es el escenario del choque de dos
grandes superpotencias mundiales, a saber: la de los Rothschild (entiéndase el
apellido como símbolo de un sistema financiero basado en la deuda creciente y
permanente de valores etéreos, cuando no esotéricos, como el dinero nacional
creado en base a la misma deuda-interés, los valores de futuro, las divisas
internacionales...) o los de raigambre nacionalcomunista y golpista-o-casi como
los de Gadaffi en Libia, Sadam en Iraq, Kim Jong Un en Korea del Norte, el PCCh
en China, Chávez-Maduro en Venezuela, Castro en Cuba, Bashar al-Asad en Siria o
incluso la de Putin en esta nueva especie de Pacto de Varsóvia que parece que
quisieran trazar estos países. Un pacto de Varsovia que cristaliza las
oligarquías supuestamente progresistas que velan desde sus palacios de cristal y sus arcadias repletas de militares, por el interés de sus súbditos. Algo idéntico a lo que
ocurre con “los rothschilds” del mal-llamadísimo mundo occidental y sus teorías (con Leo Strauss a la cabeza) de la mentira piadosa a sus gobernados en pro de la verdad y el bien que ellos ya-saben-para-sí-mismos-y-con-eso-basta (así piensan los jodíos), con sus pantallas partitocráticas, sus hombres de paja en primera línea, sus tratados internacionales alegales y antidemocráticos, sus
servicios secretos infiltrados en todo gobierno estatal, sus decisiones
neocoloniales que consolidan el colonialismo financiero de antaño y lo hacen
extensivo a los ciudadanos de los propios países antes colonizadores (lo que demuestra su abandono del esoterismo nacionalista a cambio de un esoterismo de clase global) y, por supuesto, su propaganda masiva, su desinformación constante a las poblaciones de los estados que controlan. A estas alturas de la historia, ya no se trata de
qué estado-nación con visos de imperio controla qué territorio en vasallaje. Se trata élites oligarcas mundiales,
mafias poderosísimas con individuos de nacionalidades de cualquier tipo en su seno, que se
pelean por sus cachos de pastel, de poder. Su área de incidencia y control es el mundo entero.
Y, claro está, no podía ser de otra manera vista la historia, bombardean Homs: a
los ciudadanos de Homs. Uno y otro bando. Bombardean civiles, ese tipo de guerra sucia que encontramos tan natural
desde Guernika y que probablemente sea de las formas más incivilizadas de
guerra que ha conocido la humanidad en toda su historia, porque ya da igual arrasar lo que no se trata de conquistar para usar, ni siquiera para reclamar diezmo y pleistesía, sino de tener, de controlar y dominar sobre el papel de los títulos. ¿A quién le importan las aceitunas? ¿A quién un poco de gas o petróleo de baja calidad? ¿A quién los civiles que allí habitan? Por supuesto que ni a Obama, ni a Putin, ni a al-Asad, ni a Hollande, como tampoco les importan para nada quienes habitan en Estados Unidos, Rusia, Francia o Guinea Ecuatorial.
Siria es
deficitaria en petróleo (tiene poco y malas refinerías y depende de Irán) y muy
rica en aceitunas (es el segundo país en exportación). Un Irán que es chiíta
mientras que la clase dirigente de Siria, sus cacareados aliados, con Bashar al-Asad a la
cabeza, son sunnitas. No se trata pues de riqueza material ni se trata de una
cuestión religiosa. Siria, como antes Libia, como antes Iraq, disfrutaba de una
atención médica de cierta calidad, un nivel de alfabetización creciente
exponencialmente, libertad religiosa pese al 90% de su población musulmana, una
mujer con un papel pujante huyendo de los supuestos más radicales del islam,
educación pública. Esta guerra tampoco trata de dar pan a quien no pasa hambre como ha pretendido vender la propaganda estadounidense y europea.
Y cabe recordar que una de las sociedades más retrógradas a nivel de derechos
humanos, derechos de la mujer, derechos del niño y democracia es Arabia
Saudita, gran aliado de ese mismo “occidente”, con su dinastía real y su aristocracia
desmelenada en la opulencia y unos índices de explotación laboral de los inmigrantes que son
realmente alarmantes. Valga esto también para emiratos como Qatar o Dubai.
¿Qué pienso
de esta guerra? Qué no pensar, sería la pregunta... Pienso que esta vez, en
Siria, se está dando la primera guerra realmente supranacional sin veladuras. Ya no se trata de una guerra entre un imperio u otro por el control de un
territorio, se trata de una guerra entre plutócratas de un lado y del otro cuyo aspecto territorial es más anecdótico y arbitrario todavía que en las guerras entre imperios. Ahora el tablero sobre el cual definir los lindes del poder es espectral y aterritorial, está más allá de sentimientos
nacionales esotéricos que no encorsetan de ningún modo a las élites del poder mundial, sólo a la llamada población civil. Una guerra en la que intervienen todos los poderes
fácticos del mundo actual pero en la que lo que menos importa a esos poderes es Siria en
si misma, sus gentes, su riqueza o sus tierras, sino su propia lucha entre un clan de poder y subyugación u otro. Porque muy a nuestro pesar, siguen contando los puntos de su partida con nuestros muertos.
Quizás a la única a quien haya
importado de verdad alguna vez aquella tierra y sus gentes, haya sido a la gran
Zenobia.