Por lo pronto, los micros abiertos proliferan. De todo tipo. Abiertos a cualquier disciplina: los que organiza nunArt, los del colectivo microsabiertos vinculados a niubcn, los de Kabaret Obert, las cositas de La Makabra, los de expresArte y unos cuantos más por ahí que olvido, que paso de citar o que desconozco (que serán los más). También restingidos a la poesía: el interesante proyecto Poetry Slam BCN, los que organizan los miembros de la Xarxa PUBcn o los de Quebrantaversos (que coorganiza el menda). Cito micros abiertos, no espacios que ofrecen programación regular de poesía i micro abierto desde hace años, como el Heliogàbal o l'Horiginal, o festivales y actuaciones puntuales a lo largo del año.
Toda esa cantidad de micros abiertos y espacios de creación, sin embargo, me genera una inquietud. Está muy bien que la gente pruebe, que se foguee ante el público, que se descubra y coja impulso para crecerse en lo suyo o para pasarlo bien solamente. Pero también, los micros abiertos, deberían servir para delatar al farsante, para sancionar el fraude y para dejar en evidencia lo no ensayado o el intrusismo en cualquier disciplina artísitica. Está muy bien que todos y cada uno de nosotros tratemos de hacer algo creativo, eso nos mejora. Pero siempre desde el respeto a la disciplina en la que uno se sumerge, a sus predecesores más válidos, a los contemporáneos que más han trabajado en ello, a uno mismo y, sobre todo, sobre todo, al público, que no tiene un pelo de tonto aunque a veces lo parezca.
Y lo parece porque el público en estos micros abiertos lo aplaude todo. Absolutamente todo, en plan plató televisivo. Es verdad que no siempre con la misma intensidad; la ovación queda reservada a lo que de verdad ha gustado y el aplauso a secas a todo lo demás; es la cota mínima. Quien ha saltado a la palestra y ha realizado una mala actuación agradece este favor. Pero yo pienso que en realidad es todo lo contrario y que el público, una vez estafado, lo que hace es estafar al supuesto artista a su vez, cayendo a su mismo nivel de bajeza. Lo jodido es que por regla general éste no sólo no se da por aludido de su mal show sinó que encima se crece por esos aplausos de postín y quiere repetir. La falta de crítica o de estímulo frente al obstáculo de un público exigente que no regala el aplauso le impide crecer. Yo no digo que haya que abuchear al personal y hacer leña del árbol caído; pero si el árbol ha muerto o era de cartón piedra, no hace falta alzarlo de nuevo y simular que no ha pasado nada. Entre el aplauso y el abucheo está el silencio; no la indiferencia (esa que implica charlar de otra cosa con el de al lado a la mínima que se acaba el tormento), pero sí el silencio, el murmullo, las caras de circunstancias (en el público siempre anónimas para el que está arriba) y si hay aplauso que sea como símbolo de un pasar página y no como recompensa envenenada.
Si el público se empezara a respetar a sí mismo y a modular los matices del aplauso y el abucheo, haría que el que participa de estos saraos, que para eso están y que celebro muchísimo, reaccionara, se preguntara, comentara con ganas al finalizar, buscara con sed el acto de amor que siempre es la crítica y creciera en lo suyo cara a próximas actuaciones. Siempre que de verdad lo suyo fuera arte y no hacer el pamplinas.