Lo terrible de las despedidas, lo que las hace tan tremendamente difíciles, es que el último adiós no tiene ninguna grandeza ni magia especial. Es exactamente igual que todos los demás. ¿Hay algo más monstruoso que esa mediocridad? Igual que hay punto seguido y punto final, debería haber adiós seguido y adiós final, pero para eso las palabras deberían ser sagradas de nuevo y los hombres sabernos hombres y no dioses.
viernes, 7 de junio de 2013
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4 comentarios:
Existe algo peor. Es preferible uno vulgar, insignificante, insulso... no para endiosarme, sino para que el silencio que debe resultar de quién no es capaz de articular esa difícil palabra, deje de hacerme sentir un animal decrépito... y me vuelva hombre.
:_
No sé. Hay que tener cuidado con las palabras vulgares y genéricas. No me pondría ahora a escindir significados, ni convertiría ahora el “adiós” en un hiperónimo de otras palabras más específicas. “El adiós” debe mantenerse así, con su aura ambigua e inclusiva en cuanto a todo tipo de separaciones. Con un adiós final tajantemente definitivo, guardado tras un cristal de emergencia, resulta difícil creer que el hombre, a veces pusilánime otras miserable, pudiera utilizar esa palabra última de manera consecuente. En los puntos finales, siempre se puede enmendar el espacio sobrante, de la misma manera que el adiós final permitiría acortar el lapso de tiempo en silencio que separan dos personas del diálogo y del encuentro. Todo depende de lo que uno quiere y de la circunstancia. De hecho, uno nunca sabe si es un adiós y seguido o un adiós y final hasta que termina el texto. Aunque si te interesa imaginar etiquetas aptas para dioses, nos falta el Adiós de final de narración, el que se pone porque no se quiere decir más o porque se ha terminado el papel. Entre tanto, que el espacio no nos sirva sólo para separar partes, sino para reflexionar y decidir qué tipo de significado específico tiene la palabra adiós en cada caso. De la misma manera, que la palabra “tú” es y será utilizada siempre, por nosotros y todos, sin llegar nunca a extinguirla por tener un uso tan generalizadamente específico.
M.
(nombre con la N, como quintaesencia)
x-)
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