miércoles, 17 de febrero de 2010

Visita al mercado


El otro día me di un paseo que tenía en mente desde hacía tiempo. Quería conocer un emblema de la ciudad que todavía no había pisado. Siendo asíduo a los mercados de la Boquería, Sant Antoni y els Encants, no podía dejar de echar un ojo al cuarto mercado por excelencia de la ciudad: el Mercado Laboral.

Sinceramente, me lo imaginaba distinto. Creía que allí los mayoristas contaban, como en Mercabarna, con buenas infraestructuras, con grandes espacios donde descargar y exponer su mercancía: tantas cajas de machaquillas, tantos toneles de lampistas, los palés con diseñadores en conserva... no sé. Imaginaba que uno podía regatear un poco el lote, sopesar grados, posgrados, diplomas y cartas de recomendación con el vendedor. Y que una vez cerrado el trato, uno tendría a disposición servicios de transporte y soporte administrativo para los distinos trámites con Comercio, con Hacienda, con los bancos. Nada de nada. Ni rastro de las tan afamadas tablas salariales, convenios sindicales, escuelas de formación o empresas de colocación. Allí todo es un caos.

La realidad es que los empleados puestos a la venta se exponen en espacios reducidos, en paradas mugrientas, envejecidas y sin mantenimiento. La luz es ahí escasa, el recinto cubierto está compartimentado por multitud de muros con ventanillas sin nadie detrás o chapadas con persianas. En los pasillos y en los pocos espacios más diáfanos es donde se mercadea. El género se mezcla con los tenderos hasta el punto que uno no sabe exactamente a quién está comprando para su empresa. Todo el mundo parece ir por libre. Muchos, con la mirada perdida o como aterrizados de un sueño, se ofrecen para las cosas más variopintas: alateadores, pincelistas, desgrifadores, chascarrideros, técnicos en estrofas mayores. Otros andan con un cartel colgado al cuello con un lema no menos ambiguo: 'Lo que sea'. Por supuesto, no faltan quienes ofrecen mercancías de importación ilegal o robada. Es un mercado sin control ni regulación alguna.

Sin embargo, los personajes más curiosos de ese mercado son los compradores. No me refiero a los esporádicos. Aquellos que, como yo o como cualquiera, tienen un pequeño negocio que pueda precisar de más manos. Me refiero a los habituales. Se les reconoce con facilidad: gordos de papada y buche de sandía prieta, ojos pequeños, siempre sin barba y con buenos trajes que deslucen sus cuerpos de desproporción diversa. Los días de mercado andan constanemente de un lado para otro con un séquito de abogados, juristas, notarios, secretarios y demás porteadores de papel que interpretan todas y cada una de sus mínimas señas. Pese a su físico desgarbado, andan con rapidez, calculadora en mano, siempre mirando al frente y apenas si se detienen a hablar con nadie. Un arqueo de cejas, un tembleque en el dedo índice de la mano izquierda y el séquito de chupatintas amplifica esta vibración hasta convertirla en una máquina brutal que va ingiriendo trabajadores a su paso, produce dinero y suelta un rastro de deshechos de cuerpos y mente en blanco.

Sinceramente, me pareció un mercado muy sucio, cerrado y medio mafioso. Creo que seguiré con los míos. Quienes dicen que los mercados de Sant Antoni, la Boqueria o els Encants están deteriorados y le tienen tanta tirria al Mercado Negro y a Sierra Morena, es porque no se han dado un paseo por el Mercado Laboral.

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