Toca hablar de las bondades del eBook. Son muchas las que a uno se le ocurren a primera vista. Muchas más las que se descubren sólo con pensarlo un poco. Y muchísimas más serán las que vendrán y que todavía ahora resultan imprevisibles (quizá algo novísimo que tire por los suelos el mismo eBook y lo deje a la altura del LaserDisc para la historia).
Por encima de lo obvio (el peso, la portabilidad, el fin de la fotocopia el escaneo y el OCR...), para mí destacan dos aspectos.
El primero, la posibilidad de llevar en el bolsillo, en cualquier lugar, una auténtica biblioteca. Me imagino realizando por fin ese viaje en tren en compañía de las obras completas del padre Feijoo, o de todos los artículos de Larra, o de la correspondencia completa de Goethe. Son lecturas para las que se presta ese tipo de situación pero que resultan imposibles en papel a menos que uno disponga de tres o cuatro porteadores personales (también son fantásticas para esos trayectos de cuarto de hora en metro). Imagino también un viaje a las islas egeas (mis queridísimas islas de piérdete y que no te encuentren) llevando conmigo todos los textos helénicos. Lo hice en papel una vez con la Odisea: leer en medio del Pontos rumbo a Donousa, en la cubierta de un ferri en la noche, el naufragio de Odiseo mientras la espuma del mar embravecido mojaba las páginas del libro no tuvo precio. Pero más increïble habría sido haber podido leer también a Epicuro en Samos y el mito de Ícaro en las playas de Icaria y la Vida de Sócrates de Jenofonte en Atenas y... pero todos esos no los pude traer conmigo y los tuve que leer en casa, el peor lugar para leer.
El segundo, la literatura en hipertexto. La teoría de ese tipo de construcciones literarias viene desarrollandose desde hace más de dos décadas, desde que la informática irrumpió con fuerza. Todavía no conozco una obra literaria de calado, como tampoco conozco un video-juego que tenga un buen argumento más allá de buena jugabilidad, buenos gráficos, buena estructura... No ha llegado un Lope de Vega de estos géneros, un Cervantes todavía menos. Probablemente, en el desarrollo de estos nuevos géneros, estemos todavía al mismo nivel que pudo ocupar la Celestina para el del teatro en lengua castellana. Todavía nadie nos ha hecho estremecer con ellos, como todavía nadie lo ha hecho con una película en 3D, sacando todo el jugo nuevo que la nueva técnica aporta. Imagino, no sólo hipertextos, sinó conjuntos coherentes de ellos; mundos novelados enteros construidos y constantemente alimentados por diversas plumas, donde los personajes y paisajes se compartieran (como en los cómics de Marvel o DC, o las novelas de Dungeons and Dragons); si fueran de ese tipo no serían mi lectura aunque seguro que venderían y atraparían a muchísima gente, pero si fueran grupos de plumas escogidas, equipos de producción literaria de calidad, quizá me despertaría interés y podría suscribirme a sus actualizaciones... ¿Quién quiere ya obras con principio y con final? ¿Quién quiere obras digitales entre-cubiertas?
Por encima de lo obvio (el peso, la portabilidad, el fin de la fotocopia el escaneo y el OCR...), para mí destacan dos aspectos.
El primero, la posibilidad de llevar en el bolsillo, en cualquier lugar, una auténtica biblioteca. Me imagino realizando por fin ese viaje en tren en compañía de las obras completas del padre Feijoo, o de todos los artículos de Larra, o de la correspondencia completa de Goethe. Son lecturas para las que se presta ese tipo de situación pero que resultan imposibles en papel a menos que uno disponga de tres o cuatro porteadores personales (también son fantásticas para esos trayectos de cuarto de hora en metro). Imagino también un viaje a las islas egeas (mis queridísimas islas de piérdete y que no te encuentren) llevando conmigo todos los textos helénicos. Lo hice en papel una vez con la Odisea: leer en medio del Pontos rumbo a Donousa, en la cubierta de un ferri en la noche, el naufragio de Odiseo mientras la espuma del mar embravecido mojaba las páginas del libro no tuvo precio. Pero más increïble habría sido haber podido leer también a Epicuro en Samos y el mito de Ícaro en las playas de Icaria y la Vida de Sócrates de Jenofonte en Atenas y... pero todos esos no los pude traer conmigo y los tuve que leer en casa, el peor lugar para leer.
El segundo, la literatura en hipertexto. La teoría de ese tipo de construcciones literarias viene desarrollandose desde hace más de dos décadas, desde que la informática irrumpió con fuerza. Todavía no conozco una obra literaria de calado, como tampoco conozco un video-juego que tenga un buen argumento más allá de buena jugabilidad, buenos gráficos, buena estructura... No ha llegado un Lope de Vega de estos géneros, un Cervantes todavía menos. Probablemente, en el desarrollo de estos nuevos géneros, estemos todavía al mismo nivel que pudo ocupar la Celestina para el del teatro en lengua castellana. Todavía nadie nos ha hecho estremecer con ellos, como todavía nadie lo ha hecho con una película en 3D, sacando todo el jugo nuevo que la nueva técnica aporta. Imagino, no sólo hipertextos, sinó conjuntos coherentes de ellos; mundos novelados enteros construidos y constantemente alimentados por diversas plumas, donde los personajes y paisajes se compartieran (como en los cómics de Marvel o DC, o las novelas de Dungeons and Dragons); si fueran de ese tipo no serían mi lectura aunque seguro que venderían y atraparían a muchísima gente, pero si fueran grupos de plumas escogidas, equipos de producción literaria de calidad, quizá me despertaría interés y podría suscribirme a sus actualizaciones... ¿Quién quiere ya obras con principio y con final? ¿Quién quiere obras digitales entre-cubiertas?
4 comentarios:
Lúcido. Te suscribo en todo.
Al estilo Dupont y Dupont, yo diría algo más y aun añadiría algo más.
Un libro-e podría, por ejemplo, permitir leer según qué pasajes sólo determinados días o a determinadas horas (como el mapa del Hobbit, que requería luna llena). De hecho, simplemente introduciendo unas sencillas variables, podrían crearse auténticos libros-acertijo.
Igualmente, un libro-e podría adaptar los nombres de los protagonistas al deseo del lector, incluso los topónimos. Los libros ilustrados podrían traer pequeños vídeos. Los libretos teatrales podrían cambiar el color de las líneas de diálogo según el personaje que se va a interpretar.
Un sencillo menú con iconos podría adaptar el final al humor o a la opinión del lector. Un libro histórico podría variarse aquí o allá según la nacionalidad del lector.
La conexión a Internet y la posibilidad de actualizarse un texto(tipo I-Pad) devolvería la gloria a la novela folletinesca, pero ahí sí las posibilidades son inimaginables. ¿Libros con GPS?
Mucho me temo que nos esperan demasiadas posibilidades para tan poca gente trabajando en ellas y me da a pensar que, una vez más, la ciencia está un paso por delante del arte.
Totalmente de acuerdo. Imaginación al poder. Y lo que todavía somos incapaces siquiera de intuir. Sólo un pero: la ciencia no está por delante del arte, la ciencia tiene mucho de arte y el arte más todavía de ciencia.
ayyyy... qué ganas de que llegue el futuro!!
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