martes, 16 de marzo de 2010

La voz en la poesía (que no la voz poética)


Pensaba: no sé si existe una buena historia de la declamación poética. Sería interesantísimo. Entiendo que se trata de un estudio lleno de interpretaciones a partir de textos y testimonios de segunda y de poquísimos documentos sonoros. Algo similar a lo que pasa con la historia de la música cuando nos remontamos más allá de la creación de los diversos códigos de notación.

Lo pensaba a raiz de la adquisición para la librería de la antología de Thomas Moore (1779-1852) publicada en Filadelfia en 1830. Un ejemplar que, además de curioso, es raro de narices. Para quien no conozca el autor: fue un imporantísimo poeta irlandés de cariz (podríamos decir anacrónicamente) folklorista; amigo de Lord Byron, fue él quien destruyó sus memorias bajo la insistencia de la familia de éste (hacer de Max Brod no siempre es fácil). En el prólogo de dicha antología, Moore, el romántico, deja perlas como estas: "It has always been a subject of some mortification to me, that my songs, as they are set, give such a very imperfect notion of the manner in wich I wish them to be performed, and that most of that peculiarity of character, wich, I believe, they possess as I sing them myself, is lost in the process they must undergo for publication". I más adelante: "In singing them myself, however, I pay no such deference to crticism, but usually give both air and harmony, according to my own first conception of them, with all their original faults, but, at the same time, all their original freshness".

Este es un testimonio de primera mano de un escritor que, probablemente, fue también un gran rapsoda. Algo que no puede decirse de la mayoría de poetas, que suelen leer mal, o muy mal, sus propios versos. Baste escuchar, a modo de ejemplo (podría dar muchos), las grabaciones de Pablo Neruda, cuya poesía tiene como mérito principal (dicen los críticos) su musicalidad...

El poema, negro sobre blanco, pierde la mitad de su cuerpo, la mitad de aquello que es, pero el lector no se ve asistido tan siquiera por un código de andante con moto o allegro ma non troppo que le guíe cuando se enfrenta con su forma escrita. Por suerte, el rapsoda exisitió siempre, a pie entre el intérprete musical y el actor, para asistir al anquilosado poeta de folio en escritorio. Los hubo de muy exitosos en cada época.

Gracias al desarrollo tecnológico, a partir del siglo XX conservamos grabaciones en discos de piedra y vinilo de algunos. Hoy, superado el gramófono, corren sus voces por internet gracias a proyectos como Declamando, donde encontraréis entre otras, la de la gran Gabriela Ortega recitando a Lorca. O el Aula Màrius Torres, dedicada a la literatura catalana, donde puede escucharse al actorazo Enric Borràs declamando a Maragall.

Podrán gustar más o menos los poemas. Podrán gustar más o menos los estilos y cadencias según época y latitud. Pero está claro que, como en todo arte, la posibilidad de contraponer posibilidades expresivas sólo puede ser enriquecedora. Hoy lo digital ha facilitado que la poesía salga con renovado ímpetu de la página y se difunda en ceros y unos y vibración sonora. Se impone una historia exhaustiva y rigurosa de este arte.

2 comentarios:

Iñaki Rubio dijo...

Hola Marçal,me ha gustado tu comentario,es interesante el apartado o el tema declamativo en la poesía,yo personalmente,he profundizado en él desde una perspectiva locutada,foniátrica e histriónica,en un par de ocasiones estuve a punto de crear un taller para tales fines,pero la situación económica o mi abulia no me lo permitieron.
Estoy en la xarxa,algun dia de estos nos vemos.
P.d: si te interesa el tema un dia lo charlamos
Un saludo.

Marçal Font dijo...

¡Estaré encantado de charlar sobre el tema, Ignacio! Nos cruzamos pronto, seguro ;-)