La historia humana, según se mire, es hermosa porqué sí.
Resulta que unos homínidos simiescos, un buen día, probablemente debido a la deforestación de su hábitat, decidieron bajar de los árboles y ponerse a andar con la cabeza erguida por el mundo. Dicen los que saben de eso que las primeras cabañas eran la recreación del confort de la copa de los árboles. Luego vendrían las cuevas, el adobe, la piedra y la calefacción central.
Todo esto, dicen los que saben, no habría sido posible sin la colectividad y la agricultura, que también traería las guerras (quizás por eso Dios prefirió a Abel y no a Caín). Todavía muchas poblaciones del mundo, de Suecia al Amazonas, de un modo u otro, conservan la costumbre de ayudar a construir la casa a la nueva pareja. Los hospitales medievales supondrían un avance importantísimo en Europa para la articulación de un sociedad más compleja y rica; casi tan importante como la reforma del Císter. Incluso los Ayuntamientos democráticos modernos deben su origen a las casas comunales, construcciones polivalentes que suplían las necesidades puntuales de los miembros del colectivo y eran de todos sin ser de ninguno. Las ciudades, en suma, son la expresión última de esa civilización que bajó de los árboles a coro, a coro se puso a andar y a coro cantó a su destino. Si tú no estás bien, yo no lo estaré.
La historia humana puede ser muy hermosa, según se mire.
Cada vez que veo a alguien dormir en la intemperie o vivo el estrés y la desazón de familias rotas y amores exhaustos por unos metros cuadrados a precio de caviar, me pregunto qué coño hemos perdido. No hablo de pisos vacíos y precios de abuso, ese es el lado grotesco del asunto. Hablo de aquella manera de entendernos, humanos, que nos hacía apreciar el bien común en el caso particular para lograr la suma y el efecto dominó. Como una sonrisa produce otra sonrisa y un bostezo otro bostezo. Si yo te alzo seremos dos para alzar al tercero y luego tres para ir a por el cuarto... y así crece el cigoto en suma exponencial de células.
Un cajero es tan grande como el comedor, el living-room, de un hogar. Un concesionario de coches es más ámplio que un laboratorio que lucha contra el cáncer. Una cama no son más que dos metros cuadrados, siempre habrá espacio para otra. Nadie, ni el recién llegado, debería dormir en la calle. Que el día después de la primera noche aquí del inmigrante, éste sonría y mire al futuro a la cara sin miedo. Eso es para el bien de todos, para el mío y para el tuyo. Que una pareja que se ama, que un artista que quiere dar, que un joven emprendedor, que un lobo estepario que sólo quiere ejercer su legítimo derecho a vivir en paz, no vean cortadas sus alas so pretexto de un bien común que no les contempla y, que por lo tanto, es sólo bien de algunos.
Ahora, más que nunca, papeles para todos, vivienda para todos, un mundo para todos. Espacio hay de sobra, civilicémoslo.
Que la historia humana siga siendo, según se mire, hermosa porqué sí.
Resulta que unos homínidos simiescos, un buen día, probablemente debido a la deforestación de su hábitat, decidieron bajar de los árboles y ponerse a andar con la cabeza erguida por el mundo. Dicen los que saben de eso que las primeras cabañas eran la recreación del confort de la copa de los árboles. Luego vendrían las cuevas, el adobe, la piedra y la calefacción central.
Todo esto, dicen los que saben, no habría sido posible sin la colectividad y la agricultura, que también traería las guerras (quizás por eso Dios prefirió a Abel y no a Caín). Todavía muchas poblaciones del mundo, de Suecia al Amazonas, de un modo u otro, conservan la costumbre de ayudar a construir la casa a la nueva pareja. Los hospitales medievales supondrían un avance importantísimo en Europa para la articulación de un sociedad más compleja y rica; casi tan importante como la reforma del Císter. Incluso los Ayuntamientos democráticos modernos deben su origen a las casas comunales, construcciones polivalentes que suplían las necesidades puntuales de los miembros del colectivo y eran de todos sin ser de ninguno. Las ciudades, en suma, son la expresión última de esa civilización que bajó de los árboles a coro, a coro se puso a andar y a coro cantó a su destino. Si tú no estás bien, yo no lo estaré.
La historia humana puede ser muy hermosa, según se mire.
Cada vez que veo a alguien dormir en la intemperie o vivo el estrés y la desazón de familias rotas y amores exhaustos por unos metros cuadrados a precio de caviar, me pregunto qué coño hemos perdido. No hablo de pisos vacíos y precios de abuso, ese es el lado grotesco del asunto. Hablo de aquella manera de entendernos, humanos, que nos hacía apreciar el bien común en el caso particular para lograr la suma y el efecto dominó. Como una sonrisa produce otra sonrisa y un bostezo otro bostezo. Si yo te alzo seremos dos para alzar al tercero y luego tres para ir a por el cuarto... y así crece el cigoto en suma exponencial de células.
Un cajero es tan grande como el comedor, el living-room, de un hogar. Un concesionario de coches es más ámplio que un laboratorio que lucha contra el cáncer. Una cama no son más que dos metros cuadrados, siempre habrá espacio para otra. Nadie, ni el recién llegado, debería dormir en la calle. Que el día después de la primera noche aquí del inmigrante, éste sonría y mire al futuro a la cara sin miedo. Eso es para el bien de todos, para el mío y para el tuyo. Que una pareja que se ama, que un artista que quiere dar, que un joven emprendedor, que un lobo estepario que sólo quiere ejercer su legítimo derecho a vivir en paz, no vean cortadas sus alas so pretexto de un bien común que no les contempla y, que por lo tanto, es sólo bien de algunos.
Ahora, más que nunca, papeles para todos, vivienda para todos, un mundo para todos. Espacio hay de sobra, civilicémoslo.
Que la historia humana siga siendo, según se mire, hermosa porqué sí.
1 comentario:
que así sea,no perdamos otras perspectivas....
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